Pareciera como que cada día saliera una dieta nueva, una recomendación nueva que inmediatamente cambia todo lo que sabíamos de nutrición. Hemos tratado de buscar culpables para problemas como la obesidad, la diabetes, la hipertensión e incluso el cáncer. Hacemos estudios por montones y sin embargo no nos bastan para decidirnos. En mi opinión personal creo que hemos dejado de lado el sentido común cuando hablamos de nutrición.
A mediados de los 80s se nos informó que el contenido de grasa de las dietas (y el colesterol) eran los culpables de enfermedades como la aterosclerosis y las personas empezaron a comer diferente en todo el mundo: la grasa se eliminó casi del todo, los productos animales como las carnes rojas y la mantequilla eran considerados como lo peor en el mundo, y cualquier cosa que se considerara “libre de grasa” era buena para nosotros. Al eliminar una serie de alimentos de la dieta, entonces las comidas procesadas como panes bajos en grasa, margarina y pasta se volvieron los ángeles de la historia. ¿No lo recuerdan? Nada más vean el artículo de TIME de 1984, que inicia con “‘no más huevos y mantequilla”.
Por supuesto que después de años de una alimentación basada en pastas y margarina todo el mundo se estaba engordando. Desde los años 70 el doctor Atkins había estado investigando y desarrollando un programa nutricional restrictivo en donde se eliminaban las harinas y azúcares de la dieta. En los 90s, después de ser víctimas de una dieta altísima en carbohidratos y bajísima en grasa, las personas empezaron a migrar hacia las ideas del doctor Atkins. Ahora la vida podía ser un festival de carnes y grasas y aún así se podía perder peso. Todo esto ocurría gracias a una ruta metabólica que toma nuestro cuerpo cuando no recibe su fuente favorita de energía: los carbohidratos.
La dieta del doctor Atkins caló más en nosotros de lo que pensamos. Se nos enseñó que los carbohidratos eran los malos de la película, que había que contarlos, restringirlos y huirles como si fueran la peste. Esto se quedó tan grabado en la mentalidad de las personas que los pacientes se preocupan si una nutricionista los manda a “comer harinas”. Todo lo “sugar free” y “low-carb” se sigue vendiendo como pan caliente. Por supuesto que esta dieta no es la más saludable, no sólo por su exagerado contenido de grasas y proteína animal sino porque fuerza al cuerpo a utilizar una ruta metabólica diferente a la “ideal”, que puede causar daños en nuestra salud a largo plazo.
Hoy estamos divididos en opiniones entre la tendencia de la dieta paleo (una dieta que pretende imitar como comíamos en el paleolítico y que es abundante en carne, pescado, frutas, verduras y frutos secos) y el nuevo enemigo: el gluten. Los huevos han ganado nuestro cariño otra vez desde que se encontró que no había mayor relación entre el consumo de colesterol y nuestro nivel de colesterol en sangre, nos dimos cuenta que las grasas trans de la margarina son aún más dañinas que las saturadas de la mantequilla y que algunos tipos de grasa como los Omega 3 ayudan a prevenir enfermedades cardiovasculares en lugar de causarlas.
¿A qué voy con esto? Creo qué se nos olvido que la nutrición es una intuición con la que nacemos todos los seres humanos. Que no necesitamos de tantas recomendaciones, consejos y mediciones complicadas para entender como debemos alimentar a nuestro cuerpo para que este esté saludable. Por supuesto que tengo una mentalidad científica, y por supuesto que seguiré leyendo todos los artículos más recientes para guiar mis recomendaciones, sin embargo creo que estar sano es más fácil de lo que todos quieren que pensemos.
¿Cómo podemos reconectarnos con esa sabiduría nutricional interna? Estos son los 5 tips que personalmente creo que podemos seguir:
1. Entre más larga sea la lista de ingredientes, más deberías evitarlo.
¿Cúales son los ingredientes de un banano? Banano. ¿Y los de un plato de frijoles? Pues frijoles. Puede sonar medio estúpido, pero contá cuantas veces al día comés cosas cuyos ingredientes no podés ni siquiera pronunciar. No nacimos para comer alimentos procesados. Puede que podamos sobrevivir con ellos y que no tengamos que eliminarlos del todo para ver los beneficios, pero una dieta realmente saludable es aquella en la que las comidas son enteras y no han sido alteradas por el hombre. Nunca va a ser mejor un alimento procesado a uno natural, por más que te lo traten de vender así. Si algo nos dice la experiencia, es que dentro de unos años verás un estudio de lo dañino que era para tu salud. Si está entre tus posibilidades, tratá de comprar algunos de estos alimentos que hayan sido cultivados orgánicamente, si bien las normas para regular pesticidas han mejorado muchísimo en los últimos años, los mecanismos para controlar el cumplimiento de estas normas no son los mejores.
2. En los colores está el secreto.
Los colores de las frutas y vegetales dicen mucho de su contenido de vitaminas, minerales y antioxidantes. Si comes las mismas frutas y vegetales todos los días no estarías aprovechando todos los beneficios que la naturaleza te ofrece. Tu mejor multivitamínico es comer una amplia cantidad de frutas, vegetales y alimentos enteros. Es común que conozca personas que me dicen: no me gustan las frutas y/o los vegetales, a esto yo siempre respondo lo mismo: no todos saben igual. Deshacete de la idea de que todos los vegetales no saben a nada o de que todas las frutas son feas. Nunca va a ser lo mismo comerse una manzana que un plato de papaya o un chayote verde a un ayote sazón. Todos tienen texturas y sabores distintos, encontrá los que más disfrutés.
3. Cuando comás, comé.
Comer frente al tele, a la carrera, con un libro o muerto del estrés son la receta perfecta para comer de más. Naciste con señales de hambre y saciedad, pero nunca las podrás escuchar si estás “en otras”. Este puede ser uno de los consejos más sencillos pero más efectivos.
4. Invertí bien tus calorías.
En un día cualquiera tenés 24 horas y aproximadamente 5 comidas (si hacés meriendas) para darle a tu cuerpo la mejor nutrición. Tratá de que cada comida valga la pena. Una hamburguesa de fast food tiene 550 calorías y es un plato hecho en su mayoría de ingredientes procesados (sólo la lechuga y el tomate son naturales, si es que los tiene), mientras que un plato con porciones normales de arroz, frijoles, pescado y vegetales tiene cerca de 450 calorías y está compuesto de comidas enteras. Adiviná cual le trae más beneficios a tu cuerpo. Tratá de que cada cosa que comás te llene de energía y salud. Pensá en tus comidas favoritas, y si estas están llenas de calorías vacías pensá como podés hacerlas más saludables.
5. No creás que lo que le funcionó a tu amig@ te va a funcionar a vos.
Tal como lo expliqué en este post todos tenemos tipos de cuerpo distintos que reaccionan de manera diferente al mismo alimento. Descubrí cual es tu tipo de cuerpo y sácale el mejor provecho. (Las recomendaciones nutricionales para los distintos tipos de cuerpo las podés encontrar aquí, aquí y aquí).
En conclusión: simplificá la nutrición y no le hagás caso a la última tendencia de “moda”.