Imagínese que un día usted por alguna razón no amaneció en su mejor humor. Algo lo tiene frustrado o preocupado en el trabajo y además de eso no pudo dormir bien anoche, tuvo una pesadilla horrible que no le permitió conciliar bien el sueño después. La mañana siguiente usted tiene alguna actividad social con sus amigos y va acompañado de su pareja, en quien usted confía como su confidente. “Hoy amaneció de malas y anda insoportable, así que ni le hagan caso” le dice su pareja a todos los invitados apenas llegan al lugar del evento. No lo vuelve a ver mientras lo dice y a todos los demás les parece divertido el comentario. “¿Qué te pasa fulanit@, por qué tan seri@?”, empiezan a cuestionarte los invitados de forma jocosa… ¿Eso mejoraría su humor? ¿Cómo lo haría sentir?
¿Qué pasa si le dijera que eso le pasa a los niños todos los días de su vida? Muchas veces sus papás, familiares y allegados simplemente hablan de ellos como si no estuvieran ahí, como si tuvieran algún tipo de impedimento para comprender lo que los adultos estamos comentando, como si debieran asumir que solo por ser niños, deben ver cómo normal el hecho de que se comente acerca de ellos sin ningún reparo por su presencia. No necesariamente lo hacen con mala intención o con ganas de ignorarlos, pero en nuestra sociedad está tan arraigada la costumbre, que solemos ignorar que los niños no son personas a medias, sino que nacen siendo personas y merecen el mismo respeto que cualquier otro.
Un niño agarrado de la pierna de sus papás en una situación que le asusta (por cualquier motivo, aunque nos parezca irracional) lo que menos necesita es escuchar que alguien desde lo alto le dice a otro adulto “no le haga caso, es que es un miedoso”. Un niño colmado por la atención de adultos desconocidos no necesita a su mamá diciéndole a los otros adultos con angustia y sin volverlo a ver “es que es huraño”. Estamos acostumbrados a un mundo tan adulto-céntrico que nos sentimos obligados a justificar los comportamientos de nuestros hijos que no calzan con el molde de lo que es un niño “perfecto” y yo creo que es hora de que esta nueva generación de padres haga un alto en el camino y cambie esto de inmediato.
Por supuesto que hay días en que vamos a pensar que nuestros hijos están inaguantables, que lo que hacen no tiene sentido, hay cosas que nos van a dar pena o angustia porque sabemos que nos van a generar críticas o cuestionamientos por otras personas, pero ese es un problema que nosotros como adultos tenemos que manejar y, aunque estamos en nuestro derecho de expresarselo a otros adultos a manera de catarsis, por favor procuremos hacerlos en un momento en que nuestro hijo no se encuentre presente. Si vamos a comentar de algún comportamiento de nuestros hijosque nos resulta incorrecto, entonces que tal si en vez de hacerlo con otros como si ellos no estuvieran ahí, bajaramos a su nivel y lo comentáramos con él.
Hace unos meses se hizo súper viral una noticia en la que el príncipe de Inglaterra se llevó una regañada de su abuela (la reina) por agacharse a hablar directamente con su hijo durante un evento oficial. Si el príncipe de una de las monarquías más tradicionales y ceremoniosas del mundo se atreve a cuestionar la tradición y darle a su hijo la atención que necesita para comprender una situación adulta, ¿cómo es que a nosotros nos da tanta angustia lo que pueda pensar la vecina?
Dejando las bromas de lado, me sentí particularmente motivada a escribir este post un día de estos que estaba en el parque con mi hija y llegó una muchacha con la niña a la cual ella cuida. “Hoy ha hecho berrinche por todo” me anunció a mi apenas que llegó “no se quiso comer el desayuno, lloró apenas que se fue el papá para el trabajo, no se quería poner los zapatos y no quería caminar hasta acá… Anda de malas”. Entendí las razones por las que lo comentó, ella como adulta se sentía frustrada y en confianza, sin embargo la niña estaba sentada a su lado, y cada vez que oía una frase más de su comportamiento yo la veía encogiéndose de hombros más y más. Era claro que algo estaba acongojado a esa chiquita y que no quería que el mundo entero fuera parte de la crítica. A riesgo de que la muchacha fuera a pensar que yo era loca, lo primero que hice fue volverme a la niña y decirle “tuviste un día medio difícil, ¿verdad?”. La niña de inmediato me volvió a ver y asintió con la cabeza, se quedó pensando un rato y luego se fue a jugar feliz de la vida. No lo cuento porque crea que haya hecho algo excepcional, o porque me considere algo especial en cuanto al trato con los niños. Son muchas las veces en que he perdido la paciencia con mi hija, cientos los errores que he cometido en el camino de la maternidad… Lo cuento porque ese fue el momento en que me hizo “click” lo que ya había leído muchas veces en artículos de crianza respetuosa: nuestro trabajo como padres a veces incluye ser la voz de nuestros hijos en un mundo de adultos, en lugar de tratar de silenciar su voz.