Se acerca rápidamente tu primer cumpleaños. Casi 12 meses desde que naciste y que vi tu cara por primera vez. Casi un año ha pasado desde que conocí un amor tan profundo y verdadero que me hizo dudar de todo lo que yo daba por un hecho en ese momento. Ese mismo día a los minutos de haber nacido empezó también nuestra mayor aventura: con toda la curiosidad que te caracteriza buscaste mi pecho y empezaste a amamantar.
Y de mi brotó leche. Unas gotas al inicio, apenas para calmar tu sed y llenarte de defensas para enfrentar el nuevo mundo; y a los tres días fluía en cantidad siendo para vos comida, bebida, cariño, confort.
Y nos empezamos a mover a puro instinto, tal como una mamá con su cachorro. En el camino dejamos perdido el reloj, se nos olvidaron los estándares sociales, las expectativas y nos perdimos la una en la otra. Toda vos pidiendo mamá y yo entregándome de forma completa, una conexión perfecta, sellada por una teta.
Y me dediqué a conocerte. A conocer tus ojos, tus manos, tus piecitos, tu personalidad, todos tan perfectos. Al hacerlo me olvidaba de la prisa, aprovechamos cada segundo y por meses fuimos una.
Nos saltamos con garrocha los comentarios, las insinuaciones de que mi leche no era suficiente, que mamabas mucho, que debíamos separarnos de alguna forma para no ser tan apegadas, que era malo que no recibieras el biberón y que nos haría bueno estar más lejos, porque ¡cómo le asusta a la sociedad el vínculo tan poderoso de un bebé y su mamá! Es demasiado amor, demasiado irracional para los que todos lo miden.
Nos brincamos los obstáculos, los dolores del inicio, tus alergias, la información errónea y seguimos hacia adelante.
Cada día que pasa te veo un poco más niña y un poco menos bebé, y eso lejos de llenarme de nostalgia me llena de felicidad. Estás menos en mis brazos, pero no porque yo te obligara a bajarte sino porque voluntariamente escogiste curiosear el mundo. Ya usás menos mi pecho para dormirte, pero no porque te lo prohibiera sino porque a veces te basta un abrazo y una canción, o los brazos de papá. Ya cada vez llorás menos mi ausencia cuando te alejás a explorar, a pesar de que nunca te dejé derramar lágrimas “para que te acostumbraras”. Y es que eso hizo la teta por nosotros: me hizo entender que para un bebé la necesidad de mamá es tanto o más grande que la necesidad de comida y que empezarías a independizarte poco a poco, a tu propio ritmo. Nada nos urgió, todo se disfrutó.
Casi un año después me siento tan orgullosa de vos, de la tribu de mujeres que me han apoyado, de tu papá que ha sido mi fortaleza.
No se cuando será el final de esta hermosa lactancia, lo que sí veo es que tus tomas son ahora distintas: el mundo es más interesante que mi pecho y lo que antes duraba largos ratos ahora dura pocos minutos o incluso segundos. Falte lo que falte y pase lo que pase en los próximos años, siempre tendremos un lazo que nos une, que empezó por una teta pero que no tendrá nunca final.
Gracias a Dios que me dio el privilegio de ser tu mamá y gracias a la vida que me ha permitido producir tu principal fuente de alimento por todos estos meses. Gracias a vos por hacerme mamá y abrir mi corazón de par en par. Muchos se preocuparon que yo en mi dedicación me “perdiera” a mi misma, pero lo que nunca entendieron es que nunca he estado más hallada, más feliz. Una persona se redefine muchas veces en su vida, pero este año que está a punto de irse nadie nos lo puede devolver, y estoy muy feliz de haberlo vivido sin ninguna restricción, sumergida en el amor. Y con emoción, espero las nuevas aventuras nos traerá la vida.