Esta es la historia de nacimiento de mi hija. Por supuesto que yo considero que su nacimiento es el más bello de toda la historia, al igual que toda mamá con el de sus hijos. Si algún día tengo otro hijo probablemente empezaría a decir que ambos nacimientos están empatados en el puesto número uno. Lo comparto porque fue una experiencia maravillosa en mi vida y porque quiero plasmarlo para luego poder volver a verlo una y otra vez cuando pasen los años y no esté tan fresco en mi memoria; tal vez incluso lo escriba para alguna mamá curiosa que ande buscando historias de parto tal como lo hacía yo semanas antes de tener a mi hija. Definitivamente no lo escribo porque piense que me deba ganar alguna medalla por la manera en la que escogí vivir ese momento. Cualquier forma de traer un niño al mundo, sea vaginal, cesárea, sin una gota de anestesia o contodas las ayudas anestésicas del mundo es un milagro impresionante. Tiene también muchas partes espirituales que rayan en lo fantasioso que no las puse para “ponerle sazón” al texto, sino porque las viví y disfruté durante mi labor de parto. Espero que disfruten de esta historia de amor.
El parto es la única cita a ciegas en la puedes estar segura que conocerás al amor de tu vida.
Todo empezó el 3 de octubre del 2014 como a las 10 de la noche cuando un sentimiento de completa urgencia me llenó. Me acuerdo que me levanté de la cama como un resorte y no me podía dejar de mover porque sentía que ella ya quería salir. Había estado varios días con contracciones, pero debido a que mi embarazo no estaba aún no estaba a término (tenía 36 semanas y unos días), se estaba tratando de alargar el asunto lo máximo posible. Pero las contracciones no se detenían y esa noche no me dejaban dormir, no por el dolor (en ese momento no sentía nada muy doloroso) pero porque yo me sentía lista, como haciendo nido. Recuerdo que mi esposo me decía que tratara de acostarme, que todavía no era el momento, que ella tendría que esperar más y yo le repetía que no era así, que el momento se acercaba. Él se fue a dormir pensando que yo era una terca y yo seguía dando vueltas por el cuarto convencida de mi idea, sin poder acomodarme de ninguna manera.
Desde que quedé embarazada supe que quería recibir a Alicia de una manera muy especial, y estaré por siempre agradecida con mi esposo, mi hermano, mi hermana y un par de ángeles más en el camino quienes permitieron cumplir ese deseo. Cuando mi doctor (casualmente mi hermano) me preguntó que como quería que fuera mi parto yo le dije “agarrada de un árbol en frente de un río”. Sólo estaba bromeando a medias. Siempre había querido un nacimiento lo más natural posible, en calma, con música y rodeada de la gente que quería más a mi hija. Por un rato incluso consideré un nacimiento en agua. Estaba consciente de que no todo dependía de mi voluntad, sino de como Dios dispusiera que ella viniera el mundo por lo que estaba lista para todo, pero también tenía muy claro de que si no había ningún riesgo quería que eso se cumpliera.
Al amanecer el 4 yo seguía con contracciones en la mañana y llamé a mi hermano. No recuerdo la conversación exacta pero la conclusión fue que ya era el momento de dejar el proceso seguir. Me senté en la sala de mi casa y mi esposo me puso un “playlist” con la música que me acompañaría hasta el nacimiento: una combinación de canciones relajantes, mantras cantados, música clásica y una canción que yo quería que fuera la primera que escuchara mi hija al nacer: Oceans de Hillsong United, que me había acompañado durante todo el proceso de embarazo. En ese momento con los ojos cerrados y sintiendo las contracciones ir y venir me quedé dormida (probablemente agotada de lo poco que descansé la noche anterior) y tuve un sueño precioso: una mujer llena de luz se me acercó y me dijo que yo estaba ya en el camino a conocer a mi hija, que millones de mujeres habían pasado por eso y que si en algún momento yo sentía que ocupaba más fuerza de la que tenía, podía cerrar mis ojos y volver al lugar donde estábamos en ese momento. Sueño, fantasía hippie o alucinación por hormonas, no se, pero esa conversación eliminó del todo mi miedo y me dio pilas para todo lo que venía.
Como por ahí de las 11:30 am después de chequear que de hecho estaba dilatando, nos dieron la hoja de internamiento a la clínica y ahí empezó la fiesta.
Desde que entré a la clínica hasta que conocí a mi hija pasaron 10 horas de labor de parto, con la ayuda de un suerito de oxitocina. Todos hemos escuchado las historias de terror, hemos visto las películas y nos han vendido la idea de que ese es un momento de tortura, algo de lo cual debemos huir o soportar. Pero es que el dolor de parto no es como un dolor de muela, no es desesperante y sin propósito, en mi experiencia personal fueron momentos emocionantes de anticipación: un preludio antes del gran momento, un momento muy “primal” a falta de una mejor palabra.
Al principio traté de no “gastar” las pilas porque se avecinaba lo más intenso y pasamos en familia viendo “Friends” en la tele de la clínica, y practicando tracks de Hipno-parto. Algunas enfermeras bromeaban con que ese no parecía cuarto de “parturienta” porque seguíamos sonriendo y vacilando. Había un doctor anestesiólogo a la espera en caso de que quisiera utiliza analgesia. En la habitación había música súper relajante y mi hermana me puso aceites esenciales para ayudar en el proceso. Entre ella y mi esposo masajeaban mi espalda y manos cuando venía una contracción y Dios me mandó un ángel de enfermera, quien estuvo conmigo hasta el final apoyándome con cariño maternal.
Luego llegó EL momento. Todos los cursos de parto hablan de él, todos los libros “hippies” de parteras que me había leído lo mencionaban: la transición. Los últimos centímetros de dilatación, las contracciones más fuertes y el momento en que uno se transforma. Realmente no se como explicarlo, la mejor manera de describirlo es que es como entrar en un trance por un par de horas. Ahora cuando veo los vídeos que tomó mi esposo del parto me doy cuenta de eso. Cada mujer lo vive muy distinto, en mi caso lo que me pasó fue que me mantuve demasiado enfocada, con los ojos cerrados la mayor parte del tiempo, y cuando trataban de hablarme yo no les contestaba o les respondía en monosílabos. Es como si alguien le diera “off” a la parte racional y entrara uno a funcionar a puro instinto. Para cualquiera que esté afuera es una mujer “con mucho dolor”, pero para uno que lo está viviendo es un momento verdaderamente impresionante, incomparable a otras experiencias. Fue en ese “trance” que pasé a sala de partos y ahí donde nació mi hija.
Ali fue recibida en este mundo con manos de amor y luego puesta sobre mi pancita aún unidas por el cordón que nos había mantenido conectadas por 37 semanas mientras que su tío (quien es un muy talentoso cantante) le cantaba su primera serenata, su papá le tomaba sus primeras fotos y yo le decía un millón de veces lo mucho que la habíamos esperado y lo mucho que la queríamos. Luego su papá cortó su cordón umbilical y ella pudo descansar en mi pecho un rato antes de ir con él a que su pediatra la pesara y la midiera.
Yo no lo sabía, pero mientras que todo esto ocurría se había empezado a formar un pequeño grupo de personas afuera de la sala: familiares, padrinos, amigos quienes esperaban ansiosos la llegada de la bebé. Cuando Ali hizo su primera toma en mi pecho y que todo lo demás estuvo listo, salimos de la sala de partos hacia la habitación. Todos estaban contentísimos de ver a mi hermano quien había sido una parte tan importante de mi vida, y por supuesto a Ali, la protagonista de la noche.
Una vez que todos vieron y saludaron a la pequeña quedamos nosotros tres en la habitación. Nada como esa primera noche como familia de tres: llena de dudas, llantos inexplicables, momentos de alegría absoluta y también de temor extremo de tener a esta nueva persona para cuidar, proteger y guiar, sin manual ni pistas para hacerlo. Sin saberlo, estábamos dando inicio a lo que ha sido el mejor año de nuestras vidas: un año lleno de aventuras, amor y momentos inolvidables.